Nací en un pueblo pequeño al sur del valle de Aburrá, llamado La Estrella, mi destino hubiera sido el mismo que el de cientos de amigos que fueron asesinados a causa de una guerra civil no declarada, en el contexto de lo que se ha denominado guerra antidrogas, en la que los colombianos con menores ingresos, oportunidades, los más jóvenes y especialmente los habitantes de Medellín y el valle de Aburrá, fuimos quienes asumimos los costos más altos.
No conviene hablar de cifras, pues la cantidad de años de vida saludables perdidos (AVISA), toda la cantidad sangre rodada por las aceras y calles a causa de la xenofobia y la prostitución que se produjeron; detrás de las drogas, de los crímenes del narcotráfico, de los crímenes de estado, productos de una corrupción perenne; no olvidemos que en los noventas (90) las fuerzas oscuras asesinaron cuatro candidatos a la presidencia, en un mismo proceso electoral, estos problemas todavía nos siguen afectando, las cifras están marcadas en nuestros corazones, porque todos pusimos víctimas, todos tenemos a alguien que nos robaron.
En los (80) ya las ofertas eran fuertes y siguen aumentando, matar policías por dos millones, muchos amigos cayeron en la trampa y sembraron de terror la ciudad y la nación entera; carros bomba, asesinatos por sicarios, hasta consolidarse en la creación de oficinas que administran los negocios del mal, escuelas de sicarios, asesinos a sueldo, narcotráfico, microtráfico, explotación sexual y comercial Niños, Niñas, Adolescentes y Jóvenes (ESCNNAJ), reclutamiento de (NNAJ) para apoyar labores de guerras y mafias; cobros de préstamos gota a gota, extorciones y micro, narco tráfico, dominio de los territorios; dejando la población en estado de completa indefensión.
Vemos como, estos aparatos de captura han creado una subcultura que se fortalece con los recursos de las drogas, esta prevalencia; opaca otras alternativas de expresión cultural que resisten a desaparecer ante el poco apoyo de las entidades estatales, de la cooperación internacional y de la empresa privada; que tampoco asume su responsabilidad social, las lúdicas de nuestras infancias pasaron al olvido, los encuentros en el morro a elevar cometa, encontrarse y recochar en parques, plazas y calles, las discadas sonoras en casas y terrazas, esos musicales improvisadas solo por el encuentro; nos compartimos con lo que somos y lo que sabemos, todo esto quedó sustituido por un ruido estridente de un solo y sexual sonsonete.
Esos mismos niños que cantaron en el coro de la escuela a finales de los (70) los superhéroes de la justicia en la escuela primaria, los dueños del respeto con la sola mirada. ¿Qué paso con estos muchachitos que nunca llegaron al bachillerato en los (80)? Se hablaba de ellos como los héroes de los narcos, que luchaban una guerra contra el estado asesino y corrupto, esa misma desesperanza llevo a que mis contemporáneos, “Generación perdida” Yo digo que “Asesinada”, optaron por unirse a las guerras a edad temprana.
¿Cuándo paso eso? Recuerdo una noche de un domingo cualquiera, Lame Culo nos tira la escuadra en las piernas y dice – ¡Policías a dos millones! – Eso está pagando el Patrón. Todo mi cuerpo se estremeció al contacto con el frío metal y tiré el arma a mi compañero Alderney que soñaba con disparar una cosa de esas. Yo aproveché el barullo de la enseñanza del arma y me escabullí al segundo piso, refugiándome en la vista del barrio tumultuoso que desfilaba tranquilo y coqueto hacia la misa de siete. Las parejas tomadas de las manos. Yo pensaba y repetía en mis adentros, que no podría matar a nadie, que lo mejor sería irme a dormir y olvidar lo que había pasado esa noche.
Unos días después el mismo Alder viene y me busca para presentarme los nuevos inquilinos de su casa, Mario cantor y José, ahora, Pablo Millán, – Venga para que los conozca, subimos al segundo piso, la marquetería donde hacíamos trabajos con madera, la peluquería de Elkin y al fondo los nuevos inquilinos, cantores y músicos populares, llenos de empatía y gracia. Como grandes estrellas, mezclaron el desayuno que les invitó doña Dolly, la nueva casera, con comentarios y anécdotas de su vida profesional, al final agradecieron con canciones que todavía recuerdo.
Las voces fuertes y afinadas, las cuerdas de la guitarra vibrando, y la pregunta que muchos adolescentes hacemos ¿Me enseñan a tocar la guitarra?, – claro hombre, contestaron a coro – y usted nos paga con comida – nos puede invitar a almorzar o a comer a su casa – Ahhh jajaja – ¿Qué le parece?, o trae alguna cosa de comida, unas arepas, unos huevitos, mantequilla, chocolatico… y ahí le vamos enseñando.
Sus extrañas miradas me hicieron sospechar, pero ahí estábamos todos, llevados de la risa y la recocha. Esa misma mañana tuve mi primera clase de guitarra, La Mayor, La menor, Mi 7, La 7 y Re Mayor o menor; según sea el caso, me dijeron que la clave es el cuarto y quinto grado, que lo demás lo vendría aprendiendo poco a poco: – Eso es todo en la música cuartas y quintas. – Lo aplicáis desde cualquier tono y ya.
Con la buenísima suerte que en la casa de Alder; que había de todo, estaba la guitarra de Raúl, el hermano mayor, ¡una belleza! la había comprado hacía muchos años cuando pensó irse al seminario, pero como que nunca la saco del estuche porque cuando la abrimos, el plástico de la bolsa estaba pegado a la madera, costó mucho trabajo limpiarla y unos pocos minutos en afinarla por el oído prodigioso de Pablo Millán.
Los músicos cuando vieron la guitarra nueva se avisparon y la pidieron prestada para un toque, a cambio nos dejaron la viejita que por suerte ya estaba entrenada y tenía las marcas en la madera del diapasón. Con esas dos guitarras nos gozamos buenos momentos, en medio de las balas y los puñales a finales de los ochenta (80) y principios de los noventas (90).
Todos quedaron sorprendidos por mi rápido progreso, hasta yo mismo estaba impresionado por la forma como las notas musicales entraban en mi cerebro, como cambiaba la manera de percibir el mundo, notaba claramente como esta mutación cambiaba mi vida, la forma de relacionarme con el mundo, las nuevas conexiones mentales que establecía y poco a poco empecé a perder el miedo. Pues cada vez estaba más lejos de la violencia, del peligro que me acechaba, tenía mis canciones que anotaba en cuadernos y mi guitarra al hombro como símbolo de libertad, talismán de la buena suerte, cruz sagrada que te protege y que dice a los otros, estoy en otro mundo, por favor toque al entrar y cierre al salir que aquí estoy y aquí me quedo.
De igual modo veinte años después tuve la oportunidad de conocer las artes escénicas, a través del payaso y de nuevo estas arrasaron mi vida, me generaron preguntas, cambiaron mi forma de ver el mundo y la manera de relacionarme con él, esta vez tuve la fortuna de no estar solo en este encuentro, tuve la maravillosa compañía y enseñanzas de las hermanas Marcela y Adriana Vásquez Santa, con las que conformamos el Colectivo Artístico Mimonerías Clown, que inicialmente, tenía como propósito el estudio del movimiento corporal; a través del trabajo de los mimos y payasos y ahora proponemos alternativas de trabajo para el desarrollo de las habilidades para la vida, que aborda las artes escénicas aplicadas a través de la metodología Clownviviendo la Ciudad.
Aquí aparece el gran maestro Elkin mimo, el rey del movimiento corporal en Colombia, con la generosidad y la amplitud de todo un caballero; como solía llamarme. Nos ofrece una mano de oro, enseñanzas valiosísimas, luego vinieron los grandes maestros de Clown internacional que visitan el MIMAME, otra inversión de ciudad; trayendo grandes maestros, en el capítulo académico: “Una gota de conocimiento para América” como decía Antón Valen, “El sueño de un superhéroe”, como lo planteó Jango Edwar, “la fuerza y la confianza de los clowns, trabajando a ritmo y precisión” Jonny Melville, “La belleza de la mirada habitada” como lo sugiere Pepa Plana, el bufón sagrado de Andrés del Bosque, esta lista es bastante larga y llena de afectos, hasta que la sociedad Antioqueña, me devolvió la oportunidad que me debía de formarme como artista escénico, lo cual pude lograr en la universidad de Antioquia, año 2022.
Volviendo a los noventas (90) quise profesionalizarme en música, pero desafortunadamente encontré pocas oportunidades de hacerlo, había pocas instituciones donde se pudiera estudiar guitarra o piano y eran costosas, a pesar de eso no podía rendirme debía seguir como hasta ahora aprendiendo de cada músico que topaba en el camino, a pesar de todo eso, casi cuarenta años después de ese encuentro con el arte, puedo decir que este salvo mi vida y luego la vida de muchos más.
Pues la situación se tornó tan grave, llegando el asesinato en convertirse la primera causa de muerte y claro las secuelas de la violencia, los mutilados, los que perdieron la vista, la movilidad, etc. En este punto las administraciones públicas, a pesar que no veían con buena cara los artistas, por negligencia, apatía y sobre todo por corrupción, al final tuvieron que invertir en educación artística, por ejemplo, las escuelas de música, teatro, plásticas, el programa pedagogía vivencial; que enseña competencias ciudadanas y prevención de las violencias, a través de estrategias artísticas, entre otras se refuerzan en Medellín, desde a mediados de los 90, políticas que simularon después, otros municipios como Bello, Itagüí, Envigado.
Estas estrategias dieron magníficos resultados porque se pudo llevar la enseñanza de las artes a muchos lugares donde solo había violencia y muerte, promover la práctica de actividades artísticas contribuye a la formación integral (NNAJ), contribuye a mejorar las oportunidades y sobre todo reducir los índices de violencia, no obstante sigue faltando inversiones y estrategias de intervención; novedosas y eficaces, que permitan el empoderamiento, en pro de la gente, temas como infraestructura urbana en los sectores más pobres y deprimidos, educación para la salud, el desarrollo de estrategias de promoción de la salud de los pueblos no solo frías campañas de prevención y curación de enfermedades.
En el Colectivo Artístico Mimonerías Clown, a través de nuestra investigación sobre las lúdicas y juegos tradicionales, insumos que nos llevan a la creación de la obra de teatro de calle y la metodología de trabajo en habilidades para la vida: Clownviviendo La Ciudad, tenemos claro que estas artes escénicas aplicadas, son poderosas herramientas para desarrollar procesos pedagógicos con grupos humanos, que permitan valorar las cosas propias, los sabedores y los saberes ancestrales y con todo esto construir alternativas de acción para impactar la gravísima problemática de salud mental que viven las poblaciones de (NNAJ) en Colombia, por ejemplo. Es nuestra obligación construir alternativas que generen impacto y que se vuelven atractivas para nuestros (NNAJ) que invoquen el encuentro con nuestras raíces ancestrales, conocernos y recrearnos, como camino de construcción de ciudadanía.
Hoy casi cuarenta años después, con dos títulos profesionales que me acreditan como salubrista y artista escénico, pero sobre todo, por haber sido un sobreviviente de las guerras civiles de los años 80 y 90 en Medellín y su área Metropolitana, considero que las artes en general son el antídoto, la cura, la tecnología que debe aplicarse a la solución de problemas crecientes como la epidemia en salud mental que estamos viviendo, podemos impactar la cultura ciudadana, la conducta en las vías, la salud en las organizaciones y comunidades.
Estas tecnologías blandas que todavía no han sido exploradas lo suficiente, son un fuerte motor para las sociedades, pues estás valen por lo que son sus gentes, la conservación de sus tradiciones y costumbres, el cuidado de sus recursos naturales, lo que pueden producir sus empresas, sus equipos de trabajo, la valoración y apoyo que entregan a sus culturas, esas sociedades; son las que tienen mayor acceso a mercados como el turístico y comercial, que apoyan y jalonan otros sectores como el de producción de bienes y servicios.
Jorge Iván Gutiérrez Jaramillo