Nuestras manos juntas, las miradas cómplices, el corazón acelerado y el ron en nuestra mochila, eran la mejor prueba de haber logrado, como grupo, dibujar una sonrisa en centenares de niños que se inspiraron con nuestras escenas frente al rio Magdalena en el municipio de Puerto Berrio.
Es 30 de octubre del 2009, el vibrar en nuestros pies y el sonido del motor nos mantienen en el presente de llegar pronto a casa para recargar fuerzas, luego de una función y un caluroso camino, pues mañana será día de duendes y hadas.
Algo no me huele bien, turba mi emoción y rebota mi estómago. Tapo mi rostro para tratar de bloquear aquello que me llama a tierra con la expresión más humana. Todo se acelera, mi ser sabe que algo pasará. El paisaje rápido, rápido, rápido, la ventanilla bien abierta para que el viento haga lo suyo.
Aprieto más fuerte la mano de Iván, mi amor, mi compañero, mi cómplice. Hay mucha gente, esta oscuro, alcanzo a ver un niño con su madre, sentados al lado del conductor cuando son alumbrados por los automóviles opuestos.
Algo pasará, vamos muy rápido. Dile algo, dile algo, me dice mi hermana desde el otro lado, le grito “Señor, vamos muy rápido”. Aumenta volumen al radio. Odio a Arelis Henao, siento miedo, tomo un trago, me escondo bajo mi saco y logro dormir.
No sé cuánto tiempo pasa, un fuerte ruido, un fuerte giro, muchos fuertes gritos, se sacude mi cuerpo, se acelera mi corazón.
Miro a Iván, la ventana se cerró, el bus cambio su sentido. Abro la ventana, miro que pasa, estamos pendiendo del riel más amarillo. 1…2…3… segundo o microsegundos pasan, la tierra nos llama, Iván me abraza, el bus cede a la gravedad, reboto por el carro.
Me duele todo, un golpe seco se escucha, creo que estoy viva, me verifico y verifico a Iván. Recuerdo el rio Medellín, su fuerza, su esencia. El agua moja mis pies, pienso “nos hundimos”, me invade el pánico, quiero salir, todo está en otra dirección.
Miro la ventana, de nuevo esta cerrada, la oscuridad se expande. ¿Dónde está Adriana?, sobre ese lado todo se volcó. Grito, Adriana, Adriana, Adriana, cada vez más fuerte y agudo, sólo recuerdo a mi madre repitiendo “cuida a tu hermana”.
Escucho a Iván decirme “voy a buscarla”, se sumerge en el agua, desaparece de mi vista, persigo inútil salida, sigo gritando.
Iván regresa, me informa, sumerjo mi cuerpo en el agua, atravieso una ventana, levanto mi cabeza a la superficie, abro lo ojos, respiro y… ahí está, sobre una piedra, sus brazos sangran, sus ropas destilan agua, miles de vidrios rodean su cuerpo, ella, ahí parada, contemplando la escena con rostro de salí primero, espera que cada quien haga lo suyo.
Nos miramos, nos damos un fuerte abrazo, ¿cómo estamos?, ¿dónde estamos? ¡Nos salvamos!, es lo que importa. Tengo frio, analizo la escena, esto no es el rio, hay poca gente afuera, sus ropas están secas, desde este ángulo ese despojo de bus tiene muchas salidas.
Debemos ayudar, concluimos con las miradas cómplices. Marco al 123, un joven en shock sostiene un niño entre sus brazos, me pide un minuto. Estamos bien, estamos bien, estamos bien, repite incansablemente mientras llora. El niño lo mira callado y se aferra a él.
Esta echando humo, va a explorar, mostramos la salida a quienes están adentro, llantos y murmullos se propagan. Apoyemos aquí, el señor tiene esto, el niño aquello la señora esto otro.
Ya estamos todos afuera, caminamos 200 mt, estamos en la carretera, municipio de Barbosa. La gente se dispersa, hay confusión, personas que no reconozco están ahora en el centro del accidente. ¡El equipaje! Grito Iván, no hay peligro, ¡Vamos por él! Grito un señor que ayudaba a subir a una mujer cuya frente se veía desprendida y sangrante. Observó bien, es la madre del niño que iba adelante, su hijo la mira asustado mientras sostiene su maleta.
Atiendo a los heridos que llegan a la carretera, comparto mi teléfono, los invito a respirar, les repito que estamos vivos, ya se pidió ayuda, ya se escuchan las ambulancias. Me duelen los dientes, me toco y ahí están, tan fijos como siempre, tan grandes como siempre.
Iván y Adriana van por el equipaje ¡Esa es mi mochila! Grita él al ver a alguien con ella encima “y eso otro es mío” grito la señora del lado. Yo solo quiero ayudar, vengo de allá, dice un joven mientras le pasa el resto de equipajes a varios hombres. “Ellos no estaban en el bus” grito otro joven, “nos quieren robar”. Quienes pudieron corrieron por sus cosas, los vivos se perdieron en la confusión.
La asistencia llegó, diferentes uniformes preguntaron lo mismo, ya le dije eso al policía, sí, pero… yo soy de otra entidad. Toca repetir tanto lo mismo que se empieza a sentir poco importante y significativo.
Los heridos más graves los trasladan primero. Yo sabía un poco el estado de cada uno, pues al llegar a la carretera y ayudarlos a cruzar el alambrado, les pregunte como están. Otras personas ayudaron también.
Iván y Adriana orientaron pasajeros hacia los naranjados. Ella caminaba descalza, el sobaba su cabeza, yo pensaba en mis dientes. Poco a poco todos son llevados, otros desaparecen en la oscuridad, otros son alumbrados y trasladados.
Es nuestro momento, estamos los tres juntos, ¿qué siente usted, usted y usted? Nos preguntaron tres socorristas. Nos miramos, reímos a carcajadas, somos los únicos mojados, el rio está a 500 mt, celebramos, mañana tendremos función, será nuestra mejor función. ¿Porque ríen?, quienes son ustedes?, preguntó un doctor. En coro, como si fuese planeado respondimos los tres “Somos Mimonerías Clown”.
Marcela Vásquez Santa